Mucho se esperaba sobre la cumbre de Washington. Se hablaba de la refundación del capitalismo, pero el producto ha sido más bien una hoja de ruta para su perfeccionamiento. Como siempre que se producen estas grandes citas, hay un comunicado con muchas vaguedades que dejan abiertas las puertas a muchas interpretaciones.
Desde luego, poco se ha avanzado en solucionar lo que Nacho Escolar, director del periódico Público llamó
Los siete pecados capitalistas: la lujuria especuladora, la pereza de los reguladores, la envidia del paraíso fiscal, la codicia de los directivos, la gula de los inversores, la ira del planeta y la soberbia del PIB. En el enlace están explicados brevemente.
De momento sería interesante que dificultara las cosas algo a los especuladores como los del artículo de Manuel del Pozo en Expansión "
Alí Trinitario y los 40 especuladores", que describe unos pocos casos concretos del "tipo de individuos con el que tienen que jugarse las perras los pequeños ahorradores".
Por último, está circulando por Internet un artículo de Arturo López-Reverte titulado "
Los amos del mundo". Tiene frases muy adecuadas a la situación actual:
Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o de un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
(...)
No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.
Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder; el riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.
(...)
Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces -¡oh, prodigio!- mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.
Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.
(...)
Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.
El artículo es muy duro, al estilo de Pérez-Reverte, pero lo que le da cierto aire de Nostradamus a su autor es que está escrito hace ¡nada menos que 10 años!, ya que fue publicado por "El Semanal" el 15 de noviembre de 1998.